Estábamos sentados, enfrentados. Nos
miramos, sonreímos. Estabamos sentados, pensando. No nos miramos, no
estábamos.
Nos conocimos hace poco, nos vimos.
Entre risas y palabras calidas, estamos.
Un día distinto a aquel, me sente a
escribir esto. El living estaba bañado con un amanecer artificial
creado por la maña de tener acceso a la misma. Estaba todo dormido
menos yo. Yo estaba en la penumbra del living, separada
arqutectonicamente por una irregularidad en las pardes. Esa pequeña
irregularidad hacía que mi permanencia en ese lugar sea oscura. Mire
en la claridad de la luz como todos habían cesado su ruidaje
amistoso por la comodidad de la noche en los sillones. Algunos
dormían en pareja, algunos entre amigos. Uno de ellos estaba
separado de los demas por una puerta porque simplemente no podía
soportar el vacío en su mente que se había provocado subitamente
por su culpa y por nuestra culpa.
Todos dormían menos yo que mataba el
tiempo frente a la computadora, moviendome mecanicamente, sin
pensarme. Sin recapacitar en lo que estaba haciendo y mi mente
separada entre todos ellos. Era como una melodía bellicima. Era la
soledad comoda, la soledad con gente. Era felicidad. Quizas fui yo el
que mejor la paso esa noche. Mientras yo me hipnotizaba con la
pantalla, un amigo semidespierto se hundía en la posmodernidad para
evitar este bache en su existencia. Este bache que incluía una
soledad solemne. Me dijo: “ Me voy a dormir” y se fue a su
cuarto. Por fin realmente solo, con la leve respiración de los que
descansan felices. Yo agradecía no estar en la misma porque los
hubiera despertado con mis ronquidos.
A los 15 minutos sonó mi alarma, para
decirle al que estaba acostado tratando de tranquilizarse: “ya paso
el tiempo, ¿pongo otra alarma?”. Con ojos cansados una voz que
indicaba su intranquilidad y pocas ganas de vivir dijo que sí. Cerre
la puerta tras de mi y camine a mi puesto usual a matar el tiempo.
Alguien se levanto y no puedo recordar
muy bien, pero estaba despierta al lado mío. No me acuerdo como se
llaman, me dije. Yo no se quienes son, respondió. No nos miramos, yo
estaba hipnotizado, ella tambien, pero con el unico objeto vivo y
activo en la habitación. Se sentó al lado mío y trato de
convencerme de que el mundo es un chiste y que la realidad es una
mentira. Yo me reía, ella se reía conmigo. Nos llevabamos bien.
Todavía no se quien es. No lo quiero saber.
-Que lindo sonido.
Alarma. Media hora más. Soledad.
Hipnosis.
*Aclaración: Este es un cuento inconcluso. Lo escribí hace unos meses, en ese momento tenia una idea de lo que se iba a tratar, de toda la idea general del cuento. Ahora me olvide, pero lo leí y simplemente me gusto lo que decía. Lo comparto, con ustedes. Quizás alguien encuentre algún sentido.